Tras la huella de los morosos profesionales.
A.MAGRO/M.FERRAGUT. PALMA. Dejan un rastro de muebles rotos y paredes desconchadas. También son fáciles de localizar para quienes saben leer sus huellas a través de la jungla de requerimientos judiciales, facturas impagadas y avisos de comunidad de vecinos que dejan a su paso. Aunque su marca más indeleble está impresa a fuego en la salud de sus víctimas, propietarios burlados a los que, más que dinero, les roban días de tranquilidad y noches de sueño. "Te ponen en jaque. No es el dinero: son los meses de angustia y disgustos que pasas", resume Fernando Bestard, un osteópata mallorquín que desde hace meses es presa de una inquilina morosa.
Entró en su vida sin hacer mucho ruido: era una chica más que había decidido irse a vivir con su novio. Y la cosa siguió sin ruido durante meses. Desde enero de 2008 a abril de 2009 no hubo más sobresaltos que la ruptura de la inquilina con su amante y compañero de piso. Nada del otro jueves: únicamente había que firmar un nuevo contrato. 550 euros mensuales y vuelta a la calma chicha en el piso de la Vileta. Hasta junio, cuando se produjo el primer impago. Siguieron más. Muchos más: Bestard no ha vuelto a oler un euro en ocho meses, en los que además de acumular 5.000 euros de deuda ha visto crecer en su buzón los requerimientos para que abone la luz de su morosa y las notificaciones del juzgado, que empezaron a llegar cuando trató de echarla. "Le ofrecí seguir un mes más sin pagar antes de marcharse. Poco después me enteré de que me había denunciado por amenazas". Y los desvelos no habían hecho más que empezar. El arrendador burlado se buscó un abogado y plantó batalla. En octubre le dijeron que en dos meses habría juicio para desalojar a la morosa. Falso. No hubo vista hasta el 27 de enero, cuando el juicio se pospuso porque la inquilina que no paga piso tampoco paga abogado. "Estamos a la espera de que se le asigne uno de oficio". Y mientras tanto, ni euros, ni piso, ni tranquilidad. Solo facturas sin pagar y el miedo en el cuerpo de quien no sabe qué va a encontrar cuando recupere su piso. "Temo lo peor", reconoce Bestard.
Y hace bien en temerlo. Casi ningún desahucio acaba bien. Lo corrobora Domingo Chaparro, de Perera and Partner, una de las inmobiliarias con más arraigo en el segmento del alquiler. Curtido en años de pulso a brazo partido con caraduras de todo pelo, Chaparro acudió hace unas semanas al rescate de Raúl T., un valenciano que se había saltado las dos primeras reglas del arrendamiento seguro: firmar un contrato de alquiler y asesorarse con profesionales. Las consecuencias de su negligencia están impresas en las fotografías que ilustran este reportaje. "El propietario le alquiló el piso a unos alemanes que habían venido a hacer la temporada de tiqueteros para las discotecas. Entraron y se pasaron desde julio hasta enero sin pagar. Al final el dueño recurrió a nosotros. Me mandó una copia de las llaves y logré entrar en el piso. Lo primero que vi fue las llaves tiradas junto a la puerta y las ventanas abiertas. Después descubrí que se habían marchado dejando la calefacción a tope. Llevaba meses así. Y el piso apestaba: tenían perros y, vistas las heces en casa, no los sacaban. Tampoco bajaban la basura, que estaba por todas partes", cuenta Chaparro, que no se cansa de repetir consejo: contrato firmado y profesional al lado.
Morosas realquiladoras
Aunque ni con esas se está seguro. Que se lo cuenten a Georgina Rami, una arrendadora que se metió en un callejón sin salida. Le entregó el piso a dos amigas jóvenes que aterrizaron en Palma para trabajar. Tenían contrato laboral y firmaron otro para arrendar. "Me dieron buena impresión. Encima pidieron pagar tres meses por adelantado en vez de fianza. Piqué y accedí. Desde entonces no he recibido un solo euro". Con "entonces" se refiere a enero de 2009, mucho antes de que empezasen los ataques de nervios. Aparecieron en junio, cuando se enteró de la última jugada de sus inquilinas: "¡Alquilaron el piso en verano! Y cobraron, claro que cobraron. La que no recibe nada soy yo", clama "indignada y frustrada". "Siempre fui tranquila, pero con este asunto me dan ataques de ira", narra.
Al agente inmobiliario Chaparro no le extrañan la ansiedad y la rabia de los arrendadores. Ha visto sufrir a mucha gente a cuenta de los alquileres. El último caso aún le tiene sumido en la estupefacción: "Nos pidió ayuda una señora que había alquilado a otra señora. Le entregó 400 euros del primer mes y otros 400 de depósito. Nunca más pagó. Fuimos a preguntar qué pasaba y la señora ya no vivía sola: estaba con su hija y tres niños pequeños. ¡En un apartamento de 40 metros! Nos dijeron que no pensaban pagar, así que la dueña le ofreció irse sin abonar lo que debía. La inquilina se negó y le dijo que para irse quería 800 euros en efectivo, que así ella tenía para pagar la fianza y el primer mes del próximo piso. Se los dio, porque si no aún seguirían allí. Pero esto ya no es una persona que por un problema deja de pagar: es una morosa profesional".
Hay más. En las inmobiliarias los conocen y siguen su pista. Algunos han depurado tanto la técnica que llevan años viviendo del cuento. "Son gente que deja un mes de depósito, después se pasa en el piso tres o cuatro meses y se marcha. Conocemos alguno que lleva años así", advierte Miguel Rodríguez, de la inmobiliaria Palmapiso, tan indignado con la indolencia y la caradura de algunas personas como con las lagunas de una ley que convierte a los arrendadores en carne de cañón.
O de embargo. Como le ocurre a un joven hostelero de Pollença que está a punto de perder su piso de Cala Ratjada. ¿Su error? Elegir mal a los inquilinos, una pareja que lleva meses sin cubrir la renta. "Se lo entregó en marzo de 2008 y en junio de 2009 cesaron los pagos. Llevan ocho meses sin hacer frente al alquiler y sin pagar ni agua, ni luz, ni nada. Y al dueño, que sacaba para la letra de la hipoteca con el alquiler, le va a embargar el banco por culpa de esta gente, que en el colmo de la desfachatez le exigen al dueño que pague la comunidad porque los vecinos han amenazado con cortarles el agua", detalla Chaparro, que está mediando para sacar del brete a un joven hostelero al que se le acaban el tiempo y las opciones.
Más margen pero opciones igual de escasas tienen María José Garrofé y su marido. Reaccionaron rápido, pero ni con esas. Alquilaron en diciembre y ya saben que se las van a tener tiesas con sus inquilinos para ver un euro por el piso que han arrendado en la calle San Vicente Ferrer. "Después de insistir muchísimo, nos pagaron la fianza y menos de la mitad de un mes. También deben más de 150 euros en agua y luz. Hablamos con ellos y les dijimos que se fueran. Dicen que se irán cuando les dé la gana". La versión del propio inquilino moroso, que vive justo un piso por encima del propietario al que no paga, es distinta. Reconoce que solo ha pagado medio mes y el depósito, pero lo achaca a un retraso. Le cuesta más explicar el hecho de que su nombre aparezca en boletines oficiales de tres provincias por impagos de alquiler. "Me extraña mucho", asegura con aplomo. El mismo que luce su pareja cuando explica la ley de desahucios como solo sabe hacerlo quien la ha estudiado. También lanza una advertencia al arrendador al que no pagan: "Podemos putearlos. Podemos denunciarlos mañana mismo por venir a echarnos. Hay gente que no paga y destroza los pisos", dice críptica. Y su arrendadora tiembla por la casa en la que vivió 17 años. "Estamos atacados de los nervios". Y esa es otra de las huellas que deja el moroso profesional. Fuente: Diario de Mallorca